
Los jóvenes nos enfrentamos constantemente a un fenómeno arraigado en la sociedad: el adultocentrismo. Este concepto se refiere a la tendencia de colocar a los adultos en un pedestal, descalificando o minimizando la voz de las nuevas generaciones bajo la premisa de que, por el simple hecho de tener más edad, su perspectiva es más valiosa. Un ejemplo reciente de esta mentalidad ocurrió en el Concejo Municipal de Ibagué, donde una situación aparentemente trivial evidenció cómo se ejerce este poder desde la arrogancia y el desprecio.
En el Concejo, los concejales tienen la posibilidad de decorar sus curules a su gusto, personalizando su espacio como si fuera una oficina privada. Esta tradición, respetada durante años, busca garantizar comodidad y representación en su lugar de trabajo. Sin embargo, este mismo espacio es utilizado ocasionalmente por los consejeros de Juventud, quienes, como parte de su labor, realizan allí sus sesiones. Y es aquí donde la historia toma un giro que expone la problemática que enfrentamos los jóvenes al toparnos con quienes se creen superiores simplemente por su edad.
Durante una de estas sesiones, una consejera notó que una suculenta en el recinto estaba visiblemente seca y decidió regarla. Además, dejó una nota al concejal propietario de la planta, sugiriéndole que la cuidara, ya que ella había asumido la tarea en ese momento. Un gesto simple y bienintencionado, motivado por la preocupación por un ser vivo, terminó desencadenando una reacción desmedida.
Al día siguiente, el concejal dueño de la suculenta estalló en cólera. Su indignación fue tal que exigió que no se le prestara el recinto a los Consejeros de Juventud en el futuro, argumentando que se había faltado al respeto a su persona. ¿Su razón? Una joven había osado tocar su planta y sugerirle cómo cuidarla. Pero más allá de la exageración, lo preocupante fue cómo la dignidad de la consejera fue pisoteada. En lugar de interpretar la nota como una sugerencia bienintencionada, el concejal optó por desacreditarla y menospreciarla, simplemente porque provenía de una joven y no de un «ilustre» y «honorable» concejal.
Este tipo de actitudes no solo evidencian la falta de madurez emocional de algunos políticos, sino que también reflejan cómo el adultocentrismo sigue impregnando muchas esferas de la vida pública. Desacreditar a alguien únicamente por su juventud, sin considerar la validez de sus acciones o propuestas, nos empobrece como sociedad.
Como jóvenes, tenemos derecho a ser escuchados, a proponer ideas y a recibir el mismo respeto que cualquier adulto, independientemente de nuestra falta de experiencia. Porque aunque no hayamos vivido tantas décadas, somos adultos en formación, con pensamiento propio y la capacidad de contribuir positivamente a la comunidad.
La indignación que generan estas actitudes no es solo un malestar individual, es un llamado a la reflexión. La política no debería ser un coto privado para los «adultos de siempre», sino un espacio donde todas las voces sean escuchadas y valoradas por su contenido, no por la edad de quien las emite.
Afortunadamente, como en todo ciclo político, este concejal terminará su período y su paso por el Concejo Municipal será una página más en la historia de Ibagué. El tiempo, implacable, le recordará que nadie es más ni menos que otro por haber vivido más años. El poder no otorga el derecho de menospreciar ni descalificar a quienes se consideran «inferiores» solo por su juventud. Y quizás, cuando este personaje regrese a su vida cotidiana, comprenda que es un ciudadano común y corriente, igual que los demás.
Esta historia no es solo una anécdota política. Es un síntoma de una problemática mayor que persiste en nuestra sociedad. Los jóvenes no somos simples observadores, sino actores activos y esenciales de la comunidad, con inquietudes, propuestas y derechos legítimos. El adultocentrismo debe dar paso a una sociedad inclusiva y equitativa, donde la edad no sea un obstáculo para ser escuchados. Porque, al final del día, todos somos adultos en distintos niveles de experiencia, pero con el mismo derecho a opinar y ser tratados con respeto.