
En 2024, el concejal Andrés Zambrano, en articulación con colectivos juveniles, impulsó un proyecto de acuerdo para institucionalizar este espacio vital para la juventud ibaguereña. La propuesta nació desde la oposición, concretamente desde el Partido Verde, con el objetivo de garantizar que la Semana de la Juventud no dependiera de la voluntad ocasional de una administración de turno, sino que fuera una política sostenida y formal.
El concejal, con el compromiso que le reconocen quienes han trabajado de cerca con él, buscó uno a uno los votos necesarios para aprobar la iniciativa. Parecía que todo estaba dado. Pero el día de la votación, los demás concejales abandonaron el recinto, dejando sin quórum la sesión. El proyecto se cayó. Y con él, cayó también la posibilidad de que quien gestó la idea viera su esfuerzo reconocido en el papel.
Meses después, en 2025, el mismo proyecto fue presentado —y aprobado—, pero esta vez por un concejal amigo de la administración municipal. El texto era casi el mismo. El fondo, idéntico. Pero el nombre del autor cambió. Y es ahí donde las palabras de Aristóteles cobran sentido. El filósofo griego sostenía que la política debía orientarse al bien común, y que la virtud consistía en encontrar un justo medio entre extremos. Pero, ¿qué virtud puede haber cuando la creación de una política termina despojando al autor de su mérito? En este caso, el poder no se usó para lograr lo justo, sino para moldear la narrativa a conveniencia. El fin se logró, sí. Pero el medio dejó heridas. Y en ética política, el cómo importa tanto como el qué.
Max Weber, por su parte, nos ofreció una definición cruda pero precisa del poder la capacidad de imponer la propia voluntad, incluso contra la resistencia de otros. En este escenario, quienes tenían el control del quórum impusieron su voluntad. Decidieron cuándo y por quién debía ser contada la historia. Las mayorías, como bien decía Weber, definen las reglas del juego. Las minorías, incluso si tienen razón, quedan relegadas a los márgenes del relato.
Así funciona la dominación. Así se escribe —y se borra— la autoría. En la arena política, muchas veces el mérito cede ante la fuerza, y la verdad se diluye entre acuerdos invisibles. Lo vimos en Ibagué, una sola curul no fue suficiente para sostener una idea propia. Como en la Esparta de Tucídides: «los fuertes hacen lo que quieren, los débiles sufren lo que deben.»
¿Es justo? No. ¿Es real? Completamente. Esta es la democracia tal como la vivimos, con sus luces y sus sombras. Por eso, más allá de que la Semana de la Juventud haya sido institucionalizada, queda una pregunta para nuestra conciencia colectiva, ¿quién cuenta la historia? Y más importante aún, ¿quiénes permitimos que se la roben?
Porque a veces, la victoria no está en firmar un decreto, sino en mantener viva la memoria de quién soñó primero.