
El Tolima ha sido un territorio marcado por profundas contradicciones: cuna de la violencia, pero también de la resistencia y la resiliencia. Nuestra historia está atravesada por conflictos agrarios que han dejado heridas difíciles de cerrar, pero también por una población campesina que, a pesar de las dificultades, sigue apostándole a la tierra como su proyecto de vida.
Hoy, el gobierno del presidente Gustavo Petro propone un nuevo Pacto de Chicoral, un nombre que inevitablemente evoca el Acuerdo de Chicoral de 1972, que consolidó el modelo de gran propiedad y frenó la reforma agraria. Es fundamental que esta nueva versión no repita los errores del pasado y, en cambio, siente las bases de una verdadera transformación del campo, con políticas públicas que brinden acceso a la tierra, financiamiento y seguridad jurídica a los campesinos y jóvenes rurales.
El Tolima tiene el potencial de ser un pilar del desarrollo agrícola del país. Su ubicación estratégica, sus tierras fértiles y su gente trabajadora son ventajas que no pueden seguir desaprovechadas por la falta de apoyo estatal. Sin embargo, la producción agrícola no puede ser concebida solamente como un problema de acceso a la tierra. Se requiere una política integral que garantice créditos accesibles, infraestructura vial y tecnológica, acceso a mercados y formación para los jóvenes campesinos, de manera que puedan ver en la ruralidad un futuro viable y digno.
El desarrollo económico del campo no es una causa exclusiva de un solo sector político. Es una responsabilidad de todos. Es hora de dejar de lado las divisiones ideológicas y trabajar en una política de Estado que garantice un desarrollo equitativo para el agro colombiano. Desde el Tolima, debemos hacer un llamado a la unidad de absolutamente todos los sectores políticos, porque sin justicia social en el campo, no habrá paz, ni estabilidad, ni bienestar para el país.
Colombia tiene una deuda histórica con el campesinado, y el Tolima, que ha sufrido en carne propia las consecuencias de los errores del pasado, debe liderar esta transformación. Apostemos por un Estado de bienestar en el que la ruralidad no sea sinónimo de pobreza, sino de oportunidades. Que este nuevo Pacto de Chicoral sea, esta vez, el inicio de una era de prosperidad para el campo colombiano.