
“La política es dinámica” es uno de los dichos más utilizados para justificar los constantes movimientos dentro del escenario político nacional, regional y Local. Esta frase sirve de escudo para explicar alianzas cambiantes, rupturas inesperadas y giros estratégicos que, muchas veces, tienen más de conveniencia que de coherencia ideológica. Hoy, observamos un fenómeno particular: mujeres que deciden apartarse de la sombra del paternalismo político. Lo señalábamos en nuestra columna del pasado 25 de junio, al advertir cómo muchos mandatarios aún cargan con una cruz o una sombra que les impide gobernar con autonomía.
A nivel nacional, la renuncia de la canciller de Colombia —hasta hace poco, la mujer más poderosa del gobierno Petro— es un claro ejemplo. Su dimisión responde, al parecer, a diferencias irreconciliables con su mentor político. No queda claro si este es el presidente Gustavo Petro o Armando Benedetti, pero lo cierto es que, aunque ya no esté en el cargo, seguirá siendo una de las figuras femeninas más relevantes del panorama político colombiano, no solo por su papel institucional, sino también por la información que posee sobre procesos que hoy investigan a altos funcionarios del gobierno.
Otro refrán político que muchos no han sabido interpretar correctamente es la famosa frase de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. El verdadero sentido de esta máxima no es el del engaño, la trampa o el abuso, sino la necesidad de ser astuto para preservar el equilibrio y lograr el bienestar colectivo. Sin embargo, algunos líderes han distorsionado su mensaje: se presentan como estrategas, pero en realidad operan con mañas, manipulaciones y discursos diseñados para confundir, dividir y mantenerse en el poder a cualquier costo.
En el Tolima, lo vemos con claridad. Quienes ostentan el poder parecen dispuestos a todo para conservarlo, incluso a recurrir a prácticas que bordean lo ruin: desde el asesinato físico hasta la muerte ideológica de sus opositores. El poder, para ellos, no es un medio para servir, sino un botín que debe protegerse cueste lo que cueste.
Y como si no bastara, también hay quienes abusan del poder simbólico y espiritual, invocando a Dios en sus discursos para justificar actos y decisiones reprobables. Usan la fe como escudo, maquillando de moral sus intereses particulares, como si citar las sagradas escrituras les otorgara autoridad ética automática. Ya no estamos para más ingenuidades.
Quienes hacemos política desde los territorios, lideramos procesos sociales y creemos en la transformación, debemos aprender a movernos con inteligencia, con estrategia y con ética. Cada paso debe tener un propósito real y una consecuencia concreta. Es hora de dejar atrás a los líderes de discurso bonito y alma rastrera. No se trata de conquistar el poder a toda costa, sino de usarlo con responsabilidad para ampliar la libertad, la justicia y el bienestar colectivo.