
El reciente cruce de comentarios en redes sociales entre la Representante a la Cámara por el Tolima, Martha Alfonso, y el joven líder Santiago Borja, pone sobre la mesa un problema estructural del debate público colombiano; la condescendencia adulta hacia las voces jóvenes, y la persistente idea de que debemos agradecerle al Estado por hacer —a duras penas— lo que está obligado a hacer.
En esta ocasión, el eje de la disputa fue la adjudicación de más de 22 mil millones de pesos del Sistema General de Regalías para el mejoramiento de la vía San Felipe – Falan – Palocabildo. Un logro importante, sin duda, pero cuya apropiación narrativa revela mucho más de lo que parece.
Mientras la Representante Alfonso contextualiza técnicamente que el proyecto ya formaba parte del Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2022-2026 aprobado por ley desde 2023, antes incluso de que la actual administración departamental tomara posesión, la respuesta del joven Santiago Borja resalta un mérito político diferente, la gestión actual de la Gobernación como impulsora del proyecto ante el OCAD Centro Sur.
El punto es válido. La gestión territorial sí importa. Pero lo que resulta problemático es la manera en que se descalifica la argumentación técnica de Borja con un tono adultocéntrico, que rebaja su intervención al lugar común de “debes leer y estudiar un poquito”. ¿Desde cuándo exigir rigor es arrogancia y responder con superioridad es argumento?
Este adultocentrismo en la política no solo excluye a las juventudes del debate informado, sino que perpetúa una estructura jerárquica donde el saber está reservado para quienes son mayores sobre los más jóvenes. Es un reflejo del país que tenemos, uno donde las juventudes deben pedir permiso para hablar, donde el mérito solo vale si viene de mayores y donde en el debate se sienten autorizados a dar lecciones.
Las regalías no son un regalo del gobierno nacional ni un favor de los congresistas o gobernadores. Son parte del diseño institucional para redistribuir la riqueza del país, especialmente en regiones donde se generan recursos minero-energéticos. No hay por qué agradecer su asignación sino de exigir su correcta ejecución y seguimiento sí es lo mínimo.
Agradecerle a un gobierno (cualquiera que sea) por hacer su trabajo es como aplaudirle al médico por no dejar morir a su paciente. “La gratitud cívica tiene sentido cuando se superan expectativas, no cuando apenas se cumplen funciones básicas.” Elizabeth Rodríguez (2025)
Lo que nos corresponde como ciudadanía no es aplaudir a los gobiernos por hacer su trabajo, sino vigilarlos para que no dejen de hacerlo. Lo que necesitamos es veeduría, no reverencia.
Y lo que debemos exigir en el debate político es respeto, sobre todo para las voces jóvenes que, como la de Santiago Borja, con errores o aciertos, están intentando disputar el relato desde una perspectiva diferente. El futuro democrático de Colombia depende de ello.